Adolfo Manzano (Bárzana de Quirós, Asturias, 1958) forma par-te de esa nómina de artistas siempre en contacto con las nuevas tendencias del arte fuera de nuestras fronteras, pero, en el caso de Adolfo Manzano, teniendo siempre presente el entorno donde vive, Asturias, sus raíces. Baste recordar no sólo lo frecuente de la utilización de su lengua materna en los títulos de sus obras, sino también por el cuidado con el que integra su obra en el paisaje y la cultura de su tierra, como en la instalación efectuada en 1992 en el monte Monsacro.
Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, inició la práctica de la escultura al lado de Daniel Gutiérrez. Interesado por las capacidades de los materiales y la formulación constructivista, sus primeras obras ya manifestaron un interés primordial por lo objetual y el juego de escalas, para después investigar otros lenguajes que dieron paso a su obra de madurez, en la que afloraba de nuevo ese vínculo primero con el valor simbólico de los objetos, su descontextualización y su capacidad de diálogo con el espacio desde una óptica que no desdeña ni la ironía ni la crítica social. Adolfo Manzano incorpora a su lenguaje minimalista toda suerte de materiales, y así sirven a su arte tanto la madera y el aglomerado, el hierro y el aluminio, como la cera, la parafina, el esmalte, el papel y la fotografía.
La obra enterrada en el Museo-Mausoleo es una pieza de tela blanca de satén bordada por las hermanas pasionistas de Oviedo, unos ángeles sin cabeza, con el texto «Ojos torpes y extraviados de un lado para otro, es la demencia» que forma parte de la obra «El secreto de las campanas».
La obra fue expuesta en el CEVMO, colgada para su mejor contemplación. El artista, ayudado por varias mujeres de Morille, dobló cuidadosamente el sudario, según indican los cánones, antes de que este fuera introducido en su urna.