Esther Ferrer Ruiz (San Sebastián, 1937) es una artista interdisciplinar vasca, aunque centrada en el performance art. Es considerada como una de las mejores artistas españolas de su generación. En 1966, Esther se unió al grupo de performance Zaj, creado por la propia Ferrer junto a los españoles Juan Hidalgo y Ramón Barce y el italiano Walter Marchetti. Zaj fue conocido por sus actuaciones conceptuales y radicales, muchas de ellas inspiradas en la idea y obra de John Cage. Sus representaciones se celebraron en algunos teatros y salas de conciertos de España durante la época franquista. El grupo Zaj fue disuelto en 1996 por uno de sus fundadores, Walter Marchetti. La producción de Esther Ferrer incluye objetos, fotografías y sistemas basados en series de números primos. También es conocida por su trabajo como artista performance. Sylvie Ferré ha dicho de ella que: «El trabajo de Esther Ferrer se caracteriza por un minimalismo muy particular que integra rigor, humor, diversión y absurdo».
En 1999, Esther Ferrer fue seleccionada para representar a España en la Bienal de Venecia.
En 2008 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas de España de mano del Ministerio de Cultura.
En 2009 fue elegida miembro de número de Jakiunde Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras del País Vasco.
En 2014 le es concedido el Premio Velázquez de Artes Plásticas. «Quise enterrar una performance que me gustara y que hubiera hecho muchas veces», argumenta la artista. «Las performances en-vejecen conmigo y las he ido adaptando a mi edad. Ésta exige un esfuerzo físico que no creo que pueda seguir realizando. Ya no puedo correr tanto y si lo hago de otra manera se perdería la esencia», admite. «Prefiero que muera siendo lo que fue».
La acción consiste en que la artista sale corriendo en una dirección concreta, al detenerse se sienta sobre una silla y habla para sí. La velocidad de la carrera es menor en cada ocasión, mientras que sus palabras van subiendo en volumen hasta terminar magnificándolas a través de un megáfono, en contraste con una carrera que al final es tan lenta que casi le hace perder el equilibrio. Desde 1987, la ha ejecutado en ciudades como París, Madrid, Colonia o Marsella. Esther Ferrer, con 72 años, la realizó por última vez el sábado a la caída de la tarde.
El cortejo fúnebre partió del ayuntamiento de Morille, encabezado por Ferrer, el alcalde, Domingo Sánchez Blanco –artista e ideó-logo de la iniciativa–, algunos amigos, y gran parte de los habitantes del pueblo. Después de ejecutar la acción, metió en una caja la silla, el megáfono y la partitura original de la pieza, la cerró y hundió el primer clavo. Los asistentes fueron clavando el resto de la tapa. No
hubo lágrimas. A Esther Ferrer no le interesa emocionar. «Otra de las razones por las que he querido enterrar esta performance es porque,
con la edad, me quedo sin aliento y eso añade un componente dra-mático en el público que prefiero evitar. No me interesa manipular las emociones de los espectadores, es un recurso demasiado fácil.
Quiero que piensen, no que sientan».