Quico Rivas. "ENTERRAMIENTO DE SUS ZAPATOS, CEDIDOS POR SU HIJA"

Francisco de Rivas Romero-Valdespino, Quico Rivas (Cuenca, 1953-Ronda, 2008) es considerado uno de los críticos de arte español más importantes de los últimos tiempos. Se crio en Sevilla y después se trasladó a Madrid. Pensador, poeta, activista político, crítico de arte, explorador de la frontera que hay entre el arte y la vida, instigador de situaciones, creador de ámbitos, la importancia de su labor en el universo de las vanguardias artísticas de nuestro país durante los últimos 30 años ha sido ingente.

Muchos de los escenarios donde se gestó lo que vino en llamarse movida madrileña le tenían como protagonista. Brillante y refinado, era un conde sin modales de conde. Conde de la Salceda, para más señas, título que cuando le correspondió lo llevó a gala tanto como su condición de insurgente insobornable. Porque lo suyo era la insurgencia permanente. Provocador, inquieto, versátil, lector incansable, buen vividor, escribió las más bellas líneas sobre arte y literatura, des-perdigadas en cientos de catálogos editados por ahí.

En la capital hispalense, en 1969, con sólo 16 años, creó, junto a Juan Manuel Bonet, el Equipo Múltiple, un grupo que reunía a artistas jóvenes que se caracterizaban por una obra ecléctica, culturalista, desenfadada y llena de humor. También participó en la fundación de centros artísticos como M-11 e inauguró una sección de crítica de arte en el Correo de Andalucía. Ya en Madrid se implicó en la organización de míticas exposiciones como Madrid, Madrid, Madrid (1980) y se convirtió en empresario de la noche con la apertura de locales como «Cuatro Rosas o «La Mala Fama», uniéndose así la Movida madrileña. Fruto de su compromiso político (él mismo se definía como anarcosindicalista y estaba afiliado a la CNT desde 1976), en 2003 apoyó la huelga de los basureros de Tomares (Sevilla) y consiguió que decenas de pintores donaran al comité de huelga sus cuadros, que dieron lugar a la exposición BasurArte.

Fue director de publicaciones como Refractor y El Plante, editor de la Infiltración y colaborador de numerosos diarios y revistas (El País, ABC).

Fue editor, comisario de exposiciones, impulsó a creadores de cualquier signo y vocación, les prestó sus mejores argumentos y enredó mucho, porque su cabeza no paraba de funcionar. A la par, se consideraba un pintor dominguero. Poco antes de morir reunió a familia-res y amigos con una muestra de sus dibujos y collages, en Sevilla. Se despedía de su vida profesional, la de crítico de arte, y celebraba su cincuenta y cinco aniversario como entrada en la gozosa jubilación. Decía que con esa decisión se había quitado un peso de encima. «Ahora puedo dedicarme a mi obra», comentó con su sorna habitual. «Larga vida al camarada Rivas», le deseamos en su último brindis.

Él ya sabía que no iba a ser así, pero no le dio tiempo siquiera a cobrar su primera pensión. Se fue demasiado pronto, en plena actividad, urdiendo planes, después de pasar un a feliz en su florido valle de Grazale