Por su propia naturaleza, el Cementerio de Arte de Morille tiene un carácter plural y diverso: algunos proyectos surgen de la iniciativa particular de los artistas y otros de un sentimiento o de un impulso colectivos, como en este caso; del mismo modo, ciertas acciones nacen en el ámbito «exclusivo» o «selecto» de los creadores individua-les y otras lo hacen en el campo de lo popular y anónimo; algunas se definen por su carácter trágico y otras por su naturaleza lúdica; unas por su trascendencia y otras por su deliberada (y no menos permanente) fugacidad…
Con «La memoria de Morille» se trataba de registrar de manera simbólica lo que significó, en múltiples planos, una generación crucial en la historia de España y, como es natural, en la del propio municipio: en efecto, el grupo de vecinos que participó en el enterramiento había nacido en 1936 o (en algún caso) en años contiguos. Vivieron en su infancia la inmediata Posguerra y protagonizaron y fueron testigos de excepción de la profunda transformación que experimentó nuestro país desde aquella época hasta la de ahora.
En la fecha del enterramiento (5 de agosto de 2013) estos vecinos morillejos estaban muy cerca de cumplir los ochenta años, no pocos de sus compañeros de infancia habían fallecido, algunos padecían las dolencias propias de la edad… El proyecto tuvo, en este sentido, un marcado carácter de homenaje a todos ellos, pues teníamos la certeza de que con ellos desaparecerían (están desapareciendo de hecho) no sólo unos usos, unas costumbres, una cierta cultura, sino también (y acaso esto es más importante incluso que lo anterior) un modo peculiar de entender las relaciones humanas en el que primaba la búsqueda del bien común, la colaboración en definitiva, antes que la del beneficio individualista.
Cada una de las personas participantes incluyó en el contenedor que iba a ser enterrado algún objeto que, por lo que fuera, de una manera enteramente libre y subjetiva, representaba para ella su re-cuerdo de aquellos años. Paradójicamente, al enterrar esa memoria, la preservábamos para el futuro…
No se trataba de vana melancolía, sino más bien de un gesto en el que primaba (acaso también de manera contradictoria) el carácter festivo: por eso se eligió para la iniciativa la fecha del 5 de agosto, en plenas fiestas patronales (El Salvador, Patrón de Morille, se celebra el 6 de agosto).