Nick Stove, "UN ALA DELTA (con la que Antonio Morán voló del Valle del Jerte a Morille y fue recibido por un grupo de buitres. Cruce de caminos en el cielo para elevarse aún más sobre las fronteras en un encuentro irrepetible que, esperemos, siga creando

Antonio Mon (Malpartida de Plasencia, Cáceres, 1956). Después de encontrar en la talla de la madera una vocación, decide irse a Salamanca a los 24 años a aprender modelado y dibujo en la Escuela de Artes de San Eloy. Tras el paso por diversos talleres de escultura inicia su andadura en solitario con su propio taller estable-cido en el valle del Jerte.

Además de su obra personal, Morán ha colaborado con otros artistas, entre los que cabe destacar a Bernar Roig y Avelino Sala.

El vuelo de Nick Stove habla sobre la persecución del objetivo de volar por parte del ser humano, la necesidad de alcanzar aquello que solo había sido entregado a las aves. Habla de Ícaro y Dédalo, de Rodrigo Alemán, y de muchos otros que persiguieron el enfrentarse a los dioses.

En el texto siguiente, Fernando Castro Flórez describe lo vivido la tarde del 28 de julio de 2018 en el pueblo de Morille y el enterramiento que tuvo lugar posteriormente:

«Sucedió, como en las grandes ocasiones, al crepúsculo, con el sol declinando a las espaldas de los “costaleros”: un puñado de hé-roes mesetarios, vecinos de Morille, cargando con el ala delta del mítico Nick Stove.

Stove pertenece a la estirpe de los raros de solemnidad, artista impar, sujeto esquivo e incluso corrosivo cuando topaba con las hordas del “bienalismoatufador (una expresión que traduce una serie de insultos de alto voltaje que ahorro al lector). 

A finales de los años ochenta, cuando el postmodernismo se revelaba como una parida vomitiva, sostenida por cínicos adictos a la cursilada, lanzó una conferencia, asistido por un par de secuaces aparentemente expertos en psicofonías, que ponía en solfa al estamento curatorial al mismo tiempo que trazaba su destino: Volar es necesario, vivir no, dijo parafraseando y modificando una frase de resonancia romántica. Estoico por naturaleza (valga esta perogrullada como descripción definida), prosiguió con su afán de hacer lo que se dice y así desple su ala delta para trazar recorridos que, según parece, son dibujos efímeros de carácter leonardesco. En una nota a pie de página de un libro de Hal Foster encontré el nombre de Stove con una coletilla desconcertante: “Singular en sus levitaciones. Daba la impresión de que estaba aludiendo a un maestro del yoga o a un chamán extemporáneo. Domingo Sánchez Blanco y yo mismo em-prendimos la búsqueda del interfecto sin la ayuda de Paco Lobatón y, aunque nos dio el esquinazo en innumerables ocasiones, terminamos comprometiéndolo en el libro Matarile, que es una de las pocas joyas bibliográficas que se han producido en las últimas décadas.

 Me crucé con Stove en la Bienal de Venecia del 2013 y, en un papelito que calificó de código mafioso, escribió, como de cos-tumbre, pocas palabras: “Chabola por Palacio tienen, rastrera enci-clopedia. Me amenazó, con una sonrisa siniestra en los labios, con soltar sobre el Arsenale una bomba formada por los volúmenes de la “Encyclopédie”, no sin apostillar que el ensayo sobre la ceguera de Diderot describe el presente con estricta óptica de precisión.

Conseguí comprometerle para que emprendiera un vuelo desde las estribaciones de la Sierra de Gredos hasta Morille. Cabal como si fuera gitano viejo, emprendió peligrosos intentos con una imagen en la retina: La caída de Ícaro de Brueghel. Finalmente, los costaleros abrasados en una tarde de julio han cargado con el ala de Stove. El Mariquelo, encaramado en esta ocasión no en la picuruta de la Catedral sino en lo alto de Domingo Sánchez Blanco, tocó himnos destemplados a la Legión y la Internacional».